En un giro inesperado que ha sacudido a la opinión pública, Carlos Salinas de Gortari, expresidente de México, ha roto su silencio a los 77 años, revelando la profunda tristeza que ha cargado durante décadas. En una conmovedora conversación en su estudio en la Ciudad de México, Salinas admitió que su mayor pesar no son las críticas ni los escándalos que marcaron su mandato, sino la sensación de no haber logrado el progreso duradero que tanto anhelaba para su país.
Las revelaciones, que surgen en un momento de creciente descontento social, ponen de manifiesto la lucha interna de un hombre que transformó la economía mexicana, pero que también se enfrenta a la sombra de la crisis de 1994, un colapso que lo convirtió en un símbolo de fracaso ante los ojos de muchos. “Cada noche, al cerrar los ojos, veo las imágenes de México en los oscuros días de 1994”, confesó, reflejando un dolor que lo ha acompañado incluso en su exilio.
Salinas, quien fue artífice del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ahora se encuentra lidiando con el legado de su presidencia, marcado por ambiciosas reformas económicas que, a pesar de sus éxitos iniciales, desembocaron en una crisis que arrastró a millones a la pobreza. Su declaración llega en un contexto donde la insatisfacción con los líderes políticos es palpable, y muchos mexicanos buscan respuestas sobre el rumbo del país.
El expresidente, que ha vivido los últimos años en un relativo silencio, se enfrenta a la dura realidad de que su historia es recordada por sus fracasos tanto como por sus logros. En un momento de reflexión, Salinas parece dispuesto a confrontar su pasado, esperando que su legado sea recordado no solo por las decisiones difíciles que tomó, sino también por los sueños que se atrevió a perseguir. La nación observa con atención, mientras el eco de sus palabras resuena en un México que aún busca su camino hacia el futuro.