Entre 1715 y 1789, Francia vivió una época de grandes cambios en la que los reinados de Luis XV y Luis XVI marcaron el rumbo de la nación. Tras la muerte de Luis XIV, el joven Luis XV ascendió al trono a los cinco años, lo que llevó a una regencia encabezada por Felipe I de Orleans, quien trasladó la corte de Versalles a París. Este periodo se caracterizó por excesos y fiestas, creando un ambiente que marcó profundamente la personalidad del rey, quien se volvió melancólico y distante.

A lo largo de su reinado, Luis XV enfrentó conflictos, como la Guerra de la Cuádruple Alianza contra Felipe V de España y la posterior Guerra de Sucesión Polaca. Estos enfrentamientos, junto a la creciente desilusión del pueblo francés por la falta de atención a sus problemas, sentaron las bases de un descontento que culminaría en la Revolución Francesa.

Luis XV, a pesar de sus logros culturales y artísticos, como el fomento del rococó y la construcción de importantes edificaciones, fue cada vez más impopular. Su sucesor, Luis XVI, heredó un reino al borde de la quiebra y una sociedad en crisis. A pesar de sus intentos de reforma y de restaurar la administración, el hambre y las malas cosechas llevaron a una creciente agitación social.

La Revolución Francesa estalló en 1789, impulsada por las ideas ilustradas que cuestionaban el absolutismo y la desigualdad. Luis XVI, quien había tratado de adaptarse a las nuevas corrientes, se encontró atrapado en una situación insostenible. Su compromiso con el absolutismo y su incapacidad para resolver los problemas económicos llevaron a su ejecución en 1793, marcando el fin de la monarquía absoluta en Francia y el inicio de un nuevo capítulo en la historia del país.