El mundo del cine mexicano se encuentra en luto tras el fallecimiento de Fernando Soler, considerado por muchos como el mejor actor de México. Soler, quien dejó una huella imborrable en la industria con más de 100 películas, vivió una vida de éxito y reconocimiento, pero también de profundas reflexiones personales.
Nacido en el contexto de la Revolución Mexicana, Fernando emigró a Estados Unidos en busca de un futuro más seguro. Su carrera en el cine comenzó en Hollywood, donde rápidamente se ganó un lugar destacado en la escena cultural. Junto a sus hermanos, fundó el Cuarteto Infantil Solar, una compañía teatral que buscaba destacar en la época. Sin embargo, su verdadero auge llegó cuando regresó a México y se unió a la Asociación Nacional de Actores (ANDA).
En 1946, Fernando contrajo matrimonio con Sagrario del Río, pero la pasión por su carrera lo llevó a descuidar el deseo de ser padre. A lo largo de su vida, experimentó un profundo arrepentimiento por no haber tenido hijos, anhelando dejar un legado que continuara con su dinastía familiar. A pesar de no haber tenido descendencia propia, su legado artístico perdura, y su figura se asocia con el arquetipo del padre mexicano, especialmente en su colaboración con el icónico Pedro Infante.
A pesar de sus logros, sus últimos años fueron marcados por la tristeza, ya que la falta de un hijo que continuara su legado lo acompañó hasta el final de sus días. Fernando Soler falleció el 24 de octubre de 1979, dejando atrás no solo una carrera brillante, sino también un vacío en la familia Soler. Su esposa, Sagrario, falleció una década después, cerrando así un capítulo en la historia del cine mexicano.
La partida de Fernando Soler no solo marca el fin de una era, sino que también resalta la importancia de la familia y la paternidad en el corazón de un hombre que, a pesar de su éxito en la pantalla, siempre deseó lo que nunca tuvo.