Abel Salazar, uno de los íconos más destacados del cine mexicano, falleció hace 30 años, pero su legado sigue vivo a través de su vasta filmografía y el impacto que tuvo en la industria del séptimo arte. Nacido en una familia privilegiada, Salazar comenzó su carrera en el cine en 1941 y rápidamente se consolidó como uno de los galanes más queridos, participando en más de 90 películas. Sin embargo, su vida estuvo marcada por altibajos emocionales, incluyendo relaciones tumultuosas con actrices como Gloria Marín, quien fue un amor significativo en su vida.
La carrera de Salazar despegó tras su debut en la película “La casa del rencor”, pero no estuvo exenta de desafíos. La ruptura con Marín lo sumió en una profunda depresión, lo que lo llevó a alejarse temporalmente del cine. A pesar de ello, regresó con fuerza y fundó su propia casa productora, dirigiendo y produciendo películas que dejaron huella, como “El vampiro”, un clásico del cine de terror mexicano que marcó un antes y un después en el género.
A medida que su carrera avanzaba, Salazar enfrentó problemas personales, incluyendo un divorcio complicado con Marín y la lucha contra el Alzheimer en sus últimos años. A pesar de los desafíos de salud, continuó trabajando en la industria, mostrando su pasión por el cine incluso cuando la calidad de las producciones mexicanas comenzaba a decaer.
El 21 de octubre de 1995, Salazar falleció a los 78 años debido a complicaciones relacionadas con su enfermedad. Aun así, su legado perdura, inspirando a nuevas generaciones de cineastas y actores. Su habilidad para reinventarse y adaptarse a los cambios del cine mexicano es un testimonio de su resiliencia y amor por el arte. La figura de Abel Salazar no solo es recordada por sus contribuciones al cine, sino también por su capacidad para enfrentar la adversidad, dejando una huella imborrable en la historia del séptimo arte.