México ha dado un giro histórico al abandonar el G7 y unirse al BRICS, un movimiento que podría redefinir las alianzas globales del siglo XXI. En un sorprendente cambio de rumbo, el país se ha alineado con Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, marcando el inicio de una nueva era en su política internacional. La presidenta Claudia Shainbaum, ingeniera y activista, ha dejado claro que México no será más un socio menor ni una pieza de ajedrez en el tablero geopolítico de otros.
La cumbre del BRICS en Río de Janeiro, celebrada el 6 y 7 de julio, fue el escenario donde México reafirmó su soberanía al insinuar su posible ausencia en la cumbre del G7. Esta declaración ha resonado fuertemente en Washington y Bruselas, donde México ya no acepta ser tratado como un simple receptor de instrucciones. La tensión con Canadá y los aranceles impuestos por Estados Unidos han intensificado la necesidad de un cambio radical en las alianzas de México.
Con un PIB combinado que supera al del G7, el BRICS se presenta como una alternativa viable para una nación que busca independencia frente al dominio estadounidense. La cancillería mexicana ha comenzado conversaciones con miembros clave del BRICS, y la posibilidad de una incorporación formal está cada vez más cerca. Mientras tanto, el descontento en América Latina crece, con países como Argentina y Colombia considerando su propia reorientación hacia un futuro más soberano.
La diplomacia de México está en un punto de inflexión. Shainbaum ha mantenido conversaciones con líderes de BRICS y ha dejado en claro que no aceptará imposiciones ni maniobras dilatorias. La respuesta de Washington ha sido inmediata, con acusaciones de traición, pero México avanza firme hacia un modelo más justo y plural. El mundo observa con atención cómo México se prepara para jugar un papel crucial en el nuevo orden global. La pregunta ahora es: ¿cómo responderá el G7 ante esta audaz jugada?